“… levanté mis párpados azorados más arriba, aún más arriba, hasta que percibí un trono formado de excrementos humanos y de oro, desde el cual ejercía el poder con orgullo idiota, el cuerpo envuelto en un sudario hecho con sábanas de hospital sin lavar, aquel que se denomina a sí mismo El Creador. Tenía en la mano el tronco podrido de un hombre muerto y lo llevaba de los ojos a la nariz y de la nariz a la boca; una vez en la boca, puede adivinarse qué hacía”.
Isidore Lucien Ducasse.
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